domingo, 11 de noviembre de 2012

Capítulo 73 A King of magic

Dos años después, invierno de 1964...

-Estúpido McCartney...-Bufé mientras manejaba hacia los estudios.-Nadie en su sano juicio olvida su bajo cuando tiene que ir a grabar.

Los chicos se encontraban bastante llenos de trabajo, en julio había salido "A hard days nigth" con su respectiva película, y ahora, estaban trabajando en "Beatles for sale".

Llegué a la famosa avenida Abbey Road, y como era de esperarse, había muchachas gritando histéricamente. La beatlemanía crecía cada día, y aquella banda que había nacido en los suburbios de Inglaterra era un fenómeno mundial de una magnitud nunca vista anteriormente.

Dificultosamente me abrí paso entre la gente, y vi lo que inevitablemente algún día sucedería. 

-Me haces ir a buscar tu bajo y me encuentro con esto?-Dije molesta.

-Puedo explicártelo.-Intentó defenderse con una mezcla de sorpresa y pena en su rostro.

-No hace falta.-Dije enojada.-No me interesa...

Volví sobre mis pasos y noté que Paul estaba intentando abrirse paso entre la gente.

Manejé quien sabe cuando tiempo hacia quien sabe donde. Extrañamente, los pensamientos no circulaban por mi cabeza con la fluidez con la que solían hacerlo. Y, en medio de la carretera desértica, se consolidó en mi mente la imagen de Paul con esa joven. Por un segundo sentí el enojo más vívido por McCartney, pero inmediatamente ese sentimiento se volvió contra mí. Sabía perfectamente que esto sucedería, sabía exactamente como era Paul, y aún así tuve la inconsciencia de meterme con él. Pero también reflexioné sobre las incontables infidelidades de las estrellas de rock, sobre su vida llena de excesos. Y no tuve más opción que repudiarla rotundamente. No comprendía como podían vivir de tal forma, sin tener valores por nada, como si por el simple hecho de ser músico de rock te deberías comportar de aquel despreciable modo. Y también advertí, que si bien había sido su cúspide en los años 60, esta costumbre se extendió hasta donde mi memoria me lo permitía. Una verdadero y penoso comportamiento.

Un rayo de sol se reflejó en el espejo retrovisor y me cegó por al menos 5 segundos. Al abrir los ojos nuevamente, un camión de carga venía a una velocidad considerable frente a mi y no se encontraba más que a 2 metros de distancia. Por un segundo cerré los ojos y me resigné a mi ya asumido final, mi vida pasó por delante de mis ojos como un rayo, todas mis alegrías, tristezas e inseguridades parecían ser solo polvo en el viento. Afortunadamente, con los últimos reflejos, que no sé exactamente de donde salieron, pude cambiar la dirección del auto y este se desvió a un lado de la carretera. Como esta tenía forma de barranco cayó por varios segundos hasta que fue frado por un árbol. A continuación salió humo de la parte delantera. Por un segundo reí al encontrar el parecido de lo recientemente sucedido con una película. Pero esta gracia desapareció al notar que el auto estaba algo destruido y yo había recibido algunos golpes.

El cielo estaba anaranjado, recién entonces advertí la llegada del atardecer. Según mis cálculos, había estado manejando a la deriva, al menos 3 horas. Me pareció imposible, pero durante el transcurso de estas no había prestado atención al camino que había tomado, y aunque me cueste admitirlo... estaba perdida.

Probablemente si saliera del vehículo y caminase encontraría a alguien que me diera una mínima referencia de donde me encontraba. Así que me dispuse a hacer eso. Abrí la puerta con algo de dificultad y salí. No me molesté en cerrarla con llave o algo por el estilo, nadie querría robar un coche en ese estado, aunque antes del accidente tampoco tenía mucho que envidiar.

Miré hacia los lados... nadie. Ni un mínimo murmullo. Solo se oía el canto de los pájaros y a veces las ramas meciéndose al compás del viento. Tampoco había rasto alguno de la carretera por la cual caí, por lo que deduje dos opciones: me encontraba considerablemente lejos de ella, como para buscar ayuda, o por allí no pasaba ni un solo vehículo. Cualquiera fuese la opción, las dos me llevaban al mismo camino, estaba varada en lo que parecía ser un bosque.

Caminé varios minutos tomando como referencia el enorme árbol que me había detenido, para no perderme. Pero fue inútil  además, el sol se encontraba cada minuto más cerca de esconderse, lo que significaba que vendría la noche y quien sabe con que sorpresas. Por otro lado, me divertía la idea de que McCartney probablemente estuviese preocupado por mi, pero eso era en lo que menos tenía tiempo para pensar.

Había transcurrido media hora y ya tenía un plan de supervivencia: debía comer arbustos y por las noches dormir dentro del vehículo, durante los días recorrería el lugar en busca de ayuda, pero nadie acudiría a esta. Así pasarían dos meses en los que me encontraba en estado de soledad insoportable, y ahí es cuando debía inventar un amigo imaginario con una roca.

Así tenía planeado pasar el resto de mis días en el extraño lugar. Y le atribuí ese adjetivo puesto a que cuantos más minutos pasaran me daba cuenta que no era tan malo. De hecho, había algo que me hacía sentir parte de él, como si lo conociese en un tiempo muy lejano.

Y de repente, advertí algo que no estaba entre mis planes. Algo se movía entre un arbusto pequeño que se encontraba en el medio de muchos árboles. Por un segundo el miedo me invadió, pero nada que pudiese entrar allí tendría suficiente tamaño como para ser algo malo. Me acerqué lentamente al lugar y seguía moviéndose como al principio. Hasta que de pronto salió, y no era más que... ¿un duende? Me pareció completamente imposible lo que estaba frente a mis ojos. Quizás ya habían pasado esos dos terribles meses de soledad y la locura me provocase visiones. Pero sentía todo tan cercano, que lo que estaba allí no podía ser menos real que yo misma.

Era como un hombre pequeño, muy pequeño. Su tamaño no excedería más de 45 cm. Tenía el cabello rojizo, al igual que su barba. Poseía rasgos característicos de tal. Su vestimenta también lo era: verde, toda verde, con hebillas en sus negros mocasines y un elegante sombrero adornado con plumas de aves extrañas.

-Quién eres?-Inquirió con voz particular luego de que pasase su exaltación al advertir mi presencia.

-Mi nombre es Angela.-Dije agachándome.-Me estrellé con mi auto, bueno, el auto de mi hermano, cerca de aquí.

-Estúpidos humanos y sus caballos metálicos.-Bufó dando una pequeña patada al suelo, era muy pintoresco.

-Estoy perdida.

-Eso lo supe desde un principio.-Se adelantó.

-Ves el futuro?-Me asombré.

-¡Patrañas! Lo deduje porque ningún humano suele pisar estas tierras.

-¿Qué? ¿Por qué? ¿Qué hay?

-De a una pregunta a la vez, humana Angela.

-¿Como regreso a mi casa?

-Me temo que debo acompañarte, es el deber de toda criatura. "Cuando un forastero se encuentre perdido en las tierras mágicas de Kothrania y no sepa como salir, tu casa y tu hogar debes abrir"-Citó con una firmeza admirable.

-Qué quiere decir eso?-Dije confusa.

-Estás perdida, no es así? Es de noche y no es muy seguro para un humano andar por aquí a estas horas. Es mi deber invitarte a mi morada hasta que sea un buen momento de partir.-Dijo este.

Hasta ahora no me había negado a la petición de un duende, y no era algo muy fácil de hacer, además parecía ser una buena criatura. Por lo tanto accedí a pasar algún tiempo allí.

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