domingo, 9 de diciembre de 2012

Capítulo 74

-Bienvenida a mi morada!-Exclamó el pequeñín abriendo una pequeña puerta situada en un árbol.

Seguramente mi expresión fue muy notoria, porque la criatura se percató de aquello y me explicó:

-No es lo que parece, sino mucho más grande.-Buscó una llave en su sombrero con la cual abrió la puerta de corteza.-Pasa...

Seguí a la pequeña criatura cayendo en la cuenta de cuan extraño era lo que me estaba sucediendo. Y más aún me asombre cuando noté que al entrar se encontraba un largo pasillo. Éste estaba completamente adornado con cuadros, alfombras y lámparas exóticas. Luego de varios metros, comenzaron a aparecer puertas en ambos lados con picaportes de oro trabajados cual joyero.

El pequeño duende, o enano, no estaba segura de que fuera, se detuvo y me observó.

-Qué pasa?-Me atreví a preguntar.

-Iba a decirte que aquí.-Señaló la primer puerta a la derecha.-Es el guardarropas, pero veo que no traes abrigo.

Seguimos caminando y llegamos a lo que parecía ser la sala principal. El fuego ardía cálido en la chimenea y unos sillones se encontraban al rededor de este. Una pared estaba completamente cubierta por estantes y libros, cerca de un millón de libros. Más allá se encontraba el comedor, con una mesa larga, como para 20 personas y una enorme lámpara conformada por luciérnagas que iban de acá para allá. También había una puerta abierta de par en par que dejaba en evidencia la cocina, donde también había otra puerta, pero cerrada.

Todo era tan rústico y elegante a la vez, un lugar indescriptible que provocaba una sensación indescriptible.

-Eso es maravilloso.-Comenté asombrada

-Gracias por el alago.-Contestó con una media sonrisa.-Tienes hambre?

-La verdad que sí.-Dije notándolo.

-Siéntate por favor, enseguida traigo algo.-Dijo y salió en dirección a la puertecita cerrada.

Haciéndole caso a mi extraño anfitrión, me senté en una silla de las que se encontraban frente a la gran mesa y observé el lugar. Entre tanto, el pequeño duende llegó con algo que no creí real.

La mesa estaba llena completamente de distintos tipos de té, pasteles de todos los tamaños y colores e incluso una enorme torre de mufins. Eso había sido una de las mejores cosas que me sucedieron jamás y me hacía recordar sumamente a la fiesta de té del Sombrerero.

-Y donde vives?-Preguntó sirviéndose una taza humeante.

-En Londres.-Contesté aún mirando impotente la cantidad de comida, sin saber por donde empezar.

-Como es que has llegado a parar aquí?-Inquirió y bebió un sorbo.

-Sinceramente no lo sé.-Di un mordisco a un enorme pastel de chocolate.-Manejé sin rumbo alguno y tuve un pequeño accidente que me desvió de la carretera.

-Comprendo.-Dijo reflexivo.-Temo que estás bastante lejos de Londres y sinceramente no encuentro explicación lógica a tu llegada aquí. Siendo que tu vehículo se averió, tardaría un par de días en arreglarlo y que pudieses volver a tu hogar. También sería la misma cantidad si decidieras ir a pie, sin embargo puede arreglarse con un poco de magia.

-Gracias.-Sonreí.

Luego de la gran merienda el pequeño ser me indicó la habitación de huéspedes, la cual creo innecesario mencionar lo hermosa que era, como cualquier rincón de la morada. Él se dedico a leer en la sala y me dijo que me despertaría para la cena, puesto a que me encontraba bastante cansada y además debía curar las heridas del accidente.

Habían pasado tres días allí, en los que vi más cosas extrañas que en toda mi vida, que jamás hubiese imaginado su existencia. Resulta curioso como uno cuanto más sabe, se da cuenta que menos sabe y todas las cosas que quedan aún por saber.

-Angela, el caballo de metal ya está listo.-Dijo él entrando en la habitación, así se refería al auto.

-Enserio?-Me asombre.-Gracias!

-Por la tarde debemos partir hacia el oeste, en dirección a las montañas azules.-Comentó extendiendo un mapa sobre la gran mesa.

-Debemos?-Pregunté.-También vendrás?

-No podrías llegar tu sola, estas son tierras muy confusas...

No se habló más del tema en toda la mañana y cada uno se dedicó a hacer sus cosas. Por mi parte, me aseguré de acomodar todas mis pertenencias, que no eran muchas, pero no quería causarle ningún tipo de molestia.

-Gracias.-Dije al pequeño cuando estábamos a punto de emprender el viaje de regreso a Londres.

-Es mi deber.-Contestó con la cortesía que lo caracterizaba.

Se acomodó unas gafas de piloto, a las cuales acompañaba con una bufanda a cuadros, y pusimos en marcha el vehículo. El motor comenzó a rugir y, a mi asombro, andaba todo a la perfección.

-Hacia allí.-Dijo luego de varios kilómetros de recorrido, cuando nos encontrábamos en un cruce de caminos.

-Como digas.-Contesté y obedecí.

Era la hora el ocaso y el sol se escondía en el horizonte tan enorme e inalcanzable como él solo. Con sus tibios rayos de primavera teñía el cielo con todos los tonos de naranja y rosado.

-El color naranja se llama así por la fruta o la fruta se llama así por el color?-Pregunté al pequeño mientras recorríamos una larga carretera.

-Verdaderamente me veo en un aprieto al enfrentarme a esta pregunta, pero como todo amante de la naturaleza es mi deber creer que la fruta le dio origen al nombre. La realidad a la palabra.-Contestó bastante pensativo. Adoraba ese estado de ánimo en él, y también su modo de hablar, aunque solía tener mal humor muy seguido.

-Es razonable.-Contesté mientras leía un cartel con la leyenda de ''Cambridge'' y me asombré de lo lejos que nos encontrábamos de Londres.-A este paso llegaremos en dos días, uuufff....

-Me tomé el atrevimiento de hacerle remodelaciones al vehículo.-Declaró.

-De que hablas?

-Mira esto.-Dijo y presionó un botón que nunca había visto allí, seguramente era un agregado de los que hablaba el hombresillo.

A continuación el auto rugió. Rugió como un león en la mañana. Por la parte de atrás comenzó a salir humo de color rosado y enormes alas se desplegaron en ambos lados, como por arte de magia. Quizás de eso se tratase, magia.

No tardamos mucho en llegar a ese paso, de hecho esa misma tarde aterrizamos, y nos encontrábamos a tantos metros de altura que el auto no podía distinguirse para la gente que caminase normalmente. 

-Ahí están Lennon y McCartney, qué hacen en la casa de Félix?-Me pregunté en voz alta.

Aterrizamos cerca del lugar y continuamos el camino como si fuese un auto común y corriente.

-Ese no es tu auto Félix?-Preguntó John ahogando una carcajada.

-Qué?! Dónde?!-Se exaltó él.

-Será mejor que no te vean...-Dije al pequeño duende.

-Estoy de acuerdo.

-Entra aquí.-Le señalé mi mochila y pese a su disgusto y sus quejas no tuvo otra opción.

-Está hablando sola?-Se preguntó Paul.

-A esta altura no me extrañaría.-Se resignó mi hermano.

Paré el vehículo justo frente a ellos, me puse la mochila al hombro y bajé. Todos se quedaron mirándome extrañados.

-Hola.-Saludé rompiendo el silencio, y ahora se dirigieron miradas entre ellos.

-Llevas cuatro días sin aparecer, la policía de Londres está buscándote en este instante!-Dijo mi hermano cual padre enfadado.

-Donde te habías metido?-Preguntó Lennon, más calmado. Dirigí una mirada a Paul, quién bajó la cabeza.-Comprendo, así que tiene que ver con McCartney, no es así?

-No.-Mentí.

-Y entonces... podrías develar tu paradero? Digo, si eso es posible.-Dijo Félix.

-No recuerdo.-Dije y me palpé la cabeza, una fuerte puntada la atravesaba.

-Winky?-Apreció Penélope en el umbral de la puerta, buscando algo entre los arbustos.

Todos quedaron en silencio mirándola, excepto Lennon, quién poseía una pícara sonrisa.

-Qué buscas?-Preguntó mi hermano quien, por la expresión de John, adivinó que sucedía allí.

-A Winky!-Contestó como si fuese algo obvio.- John me contó que hay un elfo escondido en la casa, y si lo encuentro me dará una olla llena de monedas de oro.-Dijo feliz y continuó con su búsqueda.-Winky!

-Lennon...-Susurró Félix.

-Es divertido.-Se excusó él.

-No te aproveches de su estupidez.-Declaró.

-Está bien.-Se quejó John y entró a la casa como un niño al que acaban de privarle salir a jugar al jardín.

-Y, volviendo al tema... estás bien?-Inquirió Félix.

-Si, creo.-Dije observándome.

Entramos a la casa de mi hermano, donde Lucy se encontraba jugando en el jardín acompañada de las expediciones de Penélope y su búsqueda de elfos.

-Angie...-Susurró Paul cuando estuvimos a solas.

-Qué?

-Lo siento.

-Que interesante...-Parecí indiferente.

-De verdad. Estos días de tu ausencia no pude mantenerme tranquilo ni pegar el ojo por las noches. Me siento tan culpable!-Declaró con toda la sinceridad en sus verdosos ojos.

-Como mínimo deberías.-Contesté. A decir verdad no estaba enojada con él, pero era divertido hacerlo sufrir un poco.

-Estos días reflexioné sobre mi comportamiento.-Dijo sin prestar atención a mis palabras.-Quisiera hacer algo para repararlo. Quieres ir a comer algo conmigo?

-Bueno.-Contesté reprimiendo una sonrisa.

Subí al auto de Paul, quien me abrió la puerta del acompañante como todo un caballero.

-A donde vamos?-Pregunté cuando hacía ya 15 minutos que llevaba manejando por las afueras de Liverpool.

-Es una sorpresa.-Me observó de costado y guiñó un ojo. Irresistible característica del bajista.

Y, no pude hacer menos que sonreír algo sonrojada.

-Te hice reír!-Exclamó divertido.




-No.-Me puse seria.-Solo sonreí.

-Es lo mismo!

-No!-Dije poniéndome aún más seria a propósito.

-De todas formas te ves linda.-Remató con su sonrisa encantadora.

-Si me diesen una moneda por cada mujer a la que le dices eso, sería asquerosamente millonaria.-Dije y el ahogó una carcajada que ocultaba verdades.

Él detuvo el vehículo frente a una especie de campo el cual estaba completamente rodeado de árboles, pájaros y extrañas plantas con flores. Bajó y se dirigió a la puerta del acompañante, pero yo, que no estaba acostumbrada a aquellas cosas, abrí la dicha puerta adelantándome a Paul, por lo tanto lo golpeé con esta.

-Perdón!-Dije apenada pero sin poder contener una carcajada.

-No hay problema.-Dijo palpándose la nariz con una media sonrisa y una mueca de dolor.

Caminamos varios minutos bajo el radiante sol de la tarde con el armonioso canto de los pájaros, y él se detuvo bajo un sauce que se encontraba a los pies de un río.

-Te parece bien aquí?-Preguntó extendiendo una manta en el suelo.

-Claro.-Contesté y me senté allí.

De una pequeña cesta sacó comida, se veía patético haciendo esto, pero era divertido. 

Habían pasado dos horas allí y ahora nos encontrábamos sentados descansando bajo el enorme árbol.

-Has estado bien estos días?-Preguntó mientras comía algo.

-Claro, por qué no iba a estarlo?-Dije y me percaté de la situación.


-No importa.-Dijo sacudiendo su cabeza.

-Quiero salir de aquí!-Oí una voz casi como un susurro.

-De donde?-Pregunté a Paul.

-De donde qué?-Pareció no comprender.

-Nada, nada.-Dije y consideré la idea de que podría haber sido producto de mi imaginación.

Hasta que de repente en el medio de una entretenida conversación volví a oírla. En ese momento recordé como si me hubiese caído un balde de agua helada sobre la cabeza... aún tenía al duende encerrado en mi mochila!

-Sácame de aquí ahora mismo!-Pareció impacientarse. Afortunadamente Paul no alcanzaba a oír su pequeña voz.

-Ahora no puedo.-Dije susurrando.

-Por qué no?

-Luego te explico!-Me quejé.

-Qué cosa?-Preguntó McCartney.

-Ehh... sobre donde me encontré en estos días.-Dije lo primero que se me vino a la cabeza.

-Está bien, no necesito explicaciones. En todo caso debería darlas yo.-Dijo y sonrió levemente.-No has comido nada...

-Tienes razón.-Dije y me incliné a buscar algo que pudiese meterme en la boca.

-Como puedes comer con la culpa de tenerme aquí encerrado?-Se quejaba el duendecillo.

-Así.-Dije y me metí todo el pan en la boca, tanto que apenas podía masticar.-Mmm pan sin culpa ¡que rico!

Al parecer estaba dando un espectáculo muy extraño, porque la expresión de Paul era tal que si no estuviese en problemas, hubiera reído durante tres horas seguidas.

-Ahora vengo.-Dije parándome y corrí detrás de un enorme árbol.

-Angie estás bien?-Preguntó Paul desde lejos, pero lo ignoré.

Abrí mi mochila rápidamente y el hombresillo se encontraba mordiendo la parte interior, y bastante enfadado.

-Hey, ya puedes salir.-Informé.

-Ya era hora.-Dijo enojado y se sacudió su ropa.

Incliné el albergue de la pequeña criatura y este saltó poniendo sus pies en tierra firme.

-Gracias por todo.

-De nada.-Contestó indiferente.

-Bueno, tengo que irme.-Dije dirigiendo la vista hacia donde se encontraba Paul.

McCartney estaba observando las nubes, al parecer, bastante perdido en sus reflexiones. Al escuchar mis pasos volteó en dirección hacia donde me encontraba e hizo un gesto para que me sentara a su lado, y así lo hice. Nos quedamos varios minutos encontrando curiosas formas en las nubes, obviamente absurdas.

-Mira esa!-Exclamó divertido.-Parece y perro con alas... y sin cabeza.

-Paul, estás bien?-Reí ante su descubrimiento y volteé en dirección a él.

Y lo vi. Era el pequeño duende que estaba trepado en la cabeza de McCartney, y este, debido al poco peso que poseía la criatura, ni lo había notado. El hombrecito reía en silencio, al parecer tenía pensado hacer alguna broma o algo por el estilo. Debía haber estado más alerta, siempre dicen que aquellas criaturas son propensas a hacer ese tipo de cosas, sin embargo me había ayudado mucho más de lo que no, así que no podía reprochar demasiado.

-Qué pasa?-Paul se puso serio, al parecer había estado varios segundos mirándolo reflexiva.

El duende estaba a punto de hacer algo que me hubiese arrepentido toda mi vida si no lo hubiese detenido, algo que no viene al caso explicar, puesto a que debo retroceder algo en la historia para que pudiesen comprender al gravedad del asunto.

-Paul, tienes...-Estaba a punto de decirlo, pero consideré que no era lo más apropiado.

-Qué? Angie, estás asustándome

Y puesto a que solo quedaba un segundo antes de que el beatle sea víctima de la pesada broma de la criatura, no me quedó otra opción. Me acerqué a él, algo repentinamente, y lo besé. Paul pareció sorprenderse, pero este estado de ánimo no duró demasiado, no más de 2 segundos. Mientras mantenía al bajista entretenido, por así decirlo, me las arreglé para sacar al pequeñín de su cabeza y depositarlo en el suelo, haciéndole señas para que se largara, cosa que comprendió a la perfección.

Cuando observé que, luego de una seña de despedida, la criatura se marchó, me separé de McCartney, quién tenía una sonrisa de oreja a oreja, esa que provocan ganas de borrarlas con una buena piña, pero a la vez dan ternura.

-Creo que se está haciendo tarde.-Dije rompiendo el silencio.

-Qué? Ah! Si, si.-Dijo volviendo a este mundo.-Deberíamos volver.

Y así pusimos en marcha el vehículo emprendiendo el viaje de regreso a Liverpool.


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 Heey, volví. Hace mucho que no publicaba ningún capítulo y ahora que tengo vacaciones, creo que voy a subir más. Si no me equivoco, solamente faltan 3 o 4 capítulos para que termine, y me puse nostálgica (?) Bueno, ahora voy a escribir el que sigue... cuidense gente!

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